Argentina distópica: la vacuna rusa como antesala del infierno

Por Ricardo Goñi  (Colaboración exclusiva para noticiasinanestesia.com.ar)

(Secretario de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias de la Gestión – UADER).

 

El anuncio del gobierno argentino de la compra de vacunas Sputnik V a Rusia aparejó innumerables reacciones, algunas insólitas. También dio lugar al humor en las redes: “La vacuna es un espía líquido: al inyectarla, un satélite ruso detecta si sos gorila, modifica tu sistema digestivo y lo único que podés comer es choripán. Además, el líquido muta en un tatuaje de Cristina que te sale en el brazo, y dos de tus dedos te quedan petrificados en V”, una manera ingeniosa (y punzante) de poner la lupa en la realidad, que se resignifica en el marco del aislamiento social de le época. Sin embargo, ese humor se resquebraja ante los míseros relatos de los operadores de los medios dominantes (de la TV) y algunos representantes de la oposición política que suspicazmente insinúan una “infiltración” de Rusia, entre otras calamidades que podrían acontecer a partir del ingreso de la vacuna, el nuevo fantasma que recorre el territorio argentino.

 

La distopía es una sensación de miedo que se proyecta hacia el futuro de manera indefinida. Originalmente el término fue concebido como el opuesto de “utopía”, por lo que también se lo reconoce como “utopía perversa”. Por lo general una distopía se formula en torno a tendencias (reales o ficticias) supuestamente consolidadas que conducen a una pérdida de libertad, deshumanización, catástrofes, conflictos bélicos, manipulación de la información, alienación tecnológica, etc. La superchería del crecimiento de la población, las armas de destrucción masiva de Irak o Irán y el Apocalipsis climático son, entre otros, ejemplos conocidos de distopías globales. Una muy manipulada fue la del “comunismo internacional” (el “totalitarismo soviético”), distopía por excelencia del mundo occidental, de gran eficacia durante la Guerra Fría, si bien quedó prácticamente en desuso a partir de la disolución de la Unión Soviética (1989-1991). Tanto es así que el “mundo libre” tuvo que identificar nuevas amenazas para reencarnar el mal (e.g., el terrorismo islámico, el narcotráfico, el cambio climático), si bien el fantasma del marxismo nunca desapareció por completo en los think tanks más conservadores de Occidente.

Sin embargo, frecuentemente parece que nada de ello fue registrado por algunos periodistas-operadores de los medios  de (des)información de la Argentina, cuyas gravosas condiciones éticas parecen no tener límites. Mejor dicho, no es que no hayan registrado la caída del Muro de Berlín, o Perestroika y Glásnost, o el fin de la Guerra Fría, sino que, frente a la actual pugna geopolítica de las potencias mundiales, los cipayos argentinos han tomado partido por uno de los dos grandes polos en disputa: el de los EE.UU. y sus aliados (en rigor de verdad, vasallos) europeos de la OTAN, secundados por un par de decenas de países satélites entre los cuales sobresalen por su valor estratégico las monarquías árabes del Golfo Pérsico. A los efectos de la presente nota, no es para nada ocioso señalar que el otro polo es el liderado por China aliada militarmente con la Federación Rusa (cuestión clave para comprender de qué se trata la pobre demonización -desde el punto de vista intelectual y político- de Rusia y, en particular, de Vladímir Putin), más una serie de potencias menores entre las que sobresale Irán. Esto es: hegemón y contrahegemón.

En ese marco, cuando el gobierno argentino anunció el 2 de noviembre pasado la compra de la vacuna rusa, Sputnik V, se dijeron cosas como éstas: “La vacuna rusa lo único que ofrece son dudas (…) solo fue probada en varones” expresó Nelson Castro. “Alberto Fernández anunció este lunes que la Argentina le comprará a Rusia su polémica vacuna contra el coronavirus”, dijo Alfredo Leuco. “También vamos a hablar de la vacuna, la famosa vacuna que ahora generó expectativas… ¡qué peligroso!, digo, las expectativas…”, consignó Luis Majul. “En un gesto de realismo mágico, el gobierno comenzó a programar la vacunación (…) ¡Vos te das la vacuna y si te crece una joroba acá (señalándose el pecho), andá a reclamarle a Moscú!”, señaló el “ex progre” (según algunos “progres”, ex simpatizantes de Elisa Carrió) Jorge Lanata. “Si una mujer puede hacer lo quiera con su cuerpo para matar un bebé dentro de su panza, yo con mi cuerpo hago lo que quiero (…) [Ergo], a mí no me pongan la rusa obligatoriamente”, desafió Eduardo Feinmann. Por último, Jonatan Viale, en notable síntesis, sólo atinó socarronamente a reírse de la “vacuna ru(ja)sa(jaja)…”.  En suma: a las siete plagas de Egipto de la pandemia, se agregan los cuatro jinetes del Apocalipsis de la barbarie neoliberal y sus pronósticos agoreros.

La oposición política también hizo sus aportes: “El gobierno de científicos quiere comprar una vacuna rusa cuyo único estudio se realizó en 72 personas por 42 días, sin placebo y sin voluntarias mujeres. Esa vacuna es una Ruleta Rusa”, suspicacia del diputado nacional Luis Petri (UCR). “Hablando en serio: ¿cómo se explica que en menos de tres meses pasamos de la vacuna salvadora de Oxford producida en la Argentina, a Putin úsame de conejillo?”, fina ironía de Damián Arabia, referente de la Juventud Pro. El laboratorio que traerá la vacuna rusa “tiene graves antecedentes” reveló con peculiar sagacidad la diputada Graciela Ocaña. Nótese: humor cáustico, distopías desgarradoras, profecías catastrofistas, conjeturas patéticas… Es decir, la antesala del infierno.

En sus Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina lamentaba que asuntos de gran complejidad (“cuya cabal comprensión reclama mucho más que diez minutos…”) fueran tratados con asombrosa liviandad por gran parte del periodismo. Quizá eso ocurre -acotaba Dolina- porque esa profesión ha extendido su campo de acción y, no contento con la función de informar, se dedica a opinar y esclarecer: “existen revistas que explican la teoría de la relatividad en dos carillas y con una ilustración que muestra a dos trenes que parten al mismo tiempo de diferentes estaciones”. La petición de Dolina es perfectamente aplicable para estos sátrapas de la TV y la oposición opinando sobre la vacuna rusa.

No se puede dejar de comentar que el jefe de gabinete bonaerense, Carlos Bianco, salió a refutar las elucidaciones paranoicas antes mencionadas. Sin embargo, más que una refutación, pareció una intervención de compromiso destinada a calmar la ansiedad de la clase media más reaccionaria con resabios de macartismo: “A veces parece que uno tiene que explicar cosas obvias (…) Esto no es un paso hacia el comunismo, no es que le estamos comprando la vacuna a la URSSsino a la Federación de Rusia, un país capitalista…”. ¡Bravo Bianco! Sus palabras seguramente servirán para tranquilizar a los miembros de la Sociedad Rural Argentina y de la Asociación Empresaria Argentina, pero no al grueso de los votantes bonaerenses que apostaron a una alternativa.

Por último, en una nota titulada “la derecha siniestra”, aludiendo al hallazgo de los restos de un mamut de unos 27 mil años antigüedad en Siberia, Jorge Saborido señalaba: “si los científicos pudieran, además de configurar la secuencia genética del paquidermo, acceder a los pensamientos de esta especie extinguida, quedaría en evidencia que el bicho razonaba menos rancio, más a favor de la vida, que esta gente”(1). Más o menos así son los voceros de la derecha argentina: mesiánicos, racistas, xenófobos, conservadores, nostálgicos del terrorismo de Estado. No se resignan a perder el control del poder, y para operar a favor de una nueva megadevaluación o de la eliminación de las retenciones al agro, cada vez que es necesario, apelan al miedo: a Venezuela, al “periodismo militante”, a Cristina, a la “reforma judicial”, al “terrorismo sanitario”, a la “infiltración rusa” o –en renovada versión- al avance del comunismo.

(1) Diario Página 12, 9 de Enero de 2006, Suplemento RADAR.

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