El Fogao tocó el cielo en una gran final en el Monumental, ante Atlético Mineiro. De la mano de Thiago Almada, jugará la final de la Recopa contra Racing y estará en el Mundial de Clubes de este año y del 2025.
Épica. Perteneciente o relativo a la epopeya. En el deporte, la capacidad que tiene un individuo o un equipo de reponerse a la adversidad y conseguir un resultado histórico. Porque planificar una final continental, las salidas, las presiones, las transiciones y las pelotas paradas, pero tener que jugar 10 vs. 11 los 90’ es una desgracia mucho más grande que ir perdiendo por uno o dos goles desde el saque inicial.
Y el fútbol, a pesar de alguna que otra excepción, es justo: Botafogo es el mejor equipo de Río de Janeiro, de Brasil y de la Copa Libertadores. Porque a pesar de luchar con una sola mano (y la hábil), en un Estadio Monumental pintado de blanco y negro, se las arregló para ser mejor que el Atlético Mineiro y llevarse su primera estrella al Nilton Santos.
30 segundo duraron las especulaciones, los análisis previos, el movimiento de fichas y lo planificado durante todo el mes. 30 segundos. Pasado de revoluciones, George, el titiritero y motor del Botafogo, estampó sus botines de aluminio en la cara de Fausto Vera y Facundo Tello, sin que le el contexto lo haga titubear, lo mandó a ducharse sin una sola gota de sudor. La Sívori explotó. La Centenario quedó perpleja. Al minuto, ni el más optimista Fogao hubiese pensado que quienes terminarían festejando serían aquellos situados sobre la Figueroa Alcorta. Bendito fútbol.
Se rompió el partido, obligando a ambos equipos a tomar posturas distintas a las habituales. Atlético Mineiro asumió la posesión de la pelota y el control del territorio, mientras que el Botafogo, herido de gravedad y en inferioridad numérica, no tuvo más remedio que replegarse y resistir. No obstante, en ningún momento de la primera mitad se notó que el partido estuviese 11 contra 10. Al contrario. La parsimoniosa tenencia de la pelota del conjunto de Milito no destrabó jamás el ordenado y perfecto trabajo defensivo del Fogao, comandado por un Alexander Barbosa en un nivel extraordinario.
El envión anímico de tener un hombre de más se le cortó al Atlético Mineiro a los 20‘. Sin jugadas claras en su haber, apenas con un remate lejano de Hulk, el Galo fue dando paso a la previsibilidad. Del medio hacia una banda, centro y despeje del Fogao, que terminó apostando por una línea de seis para contrarrestar los asteroides que cruzaban el aire (6-3). Se jugaba como quería el equipo de Artur Jorge, a pesar de estar en inferioridad numérica. Y cuando se pudo reencontrar un poco con ese Botafogo que tan bien había jugado en esta Libertadores, lastimó.
Thiago Almada, Jefferson Savarino y Luiz Henrique, tres nombres de gran talento ofensivo, se vieron obligados a retroceder y recién lograron pisar campo rival cerca de los 35′. El argentino campeón del mundo, con la bandera en alto, encaró con decisión y combinó con Henrique, quien, punzante y habilidoso, ingresó al área y descargó hacia atrás para Freitas. El disparo del volante fue bloqueado, pero el rebote le quedó servido al extremo brasileño, que no dudó y venció la humanidad de Everson. Ahora, la que explotaba era la Centenario. La que miraba atónita era la Sívori.
El cimbronazo para los de Milito fue letal. Apenas unos minutos después, una distracción de Guilherme Arana y una avivada descomunal de Luiz Henrique llevaron al Botafogo a verse 2-0 arriba al cabo de los primeros 45′. El delantero le ganó en velocidad a Everson y el arquero no pudo evitar llevárselo por delante. Tello, con visión limitada, no sancionó inicialmente, pero el VAR, dirigido por Mauro Vigliano, corrigió la decisión. Desde los 12 pasos, Alex Telles, con mucha experiencia en la Canarinha y en el Viejo Continente, ejecutó sin piedad, desatando la euforia de los hinchas del Fogão.
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