Estaban en una situación de «vida o muerte» y sacaron uno de los mejores álbumes de la historia: 50 años de «A Night at the Opera» de Queen, un antes y después en el rock

Noviembre de 1975. El mundo del rock estaba colmado de gigantes. Led Zeppelin había sacado -el mismo año- «Physical Graffiti», Pink Floyd subía la vara con «Wish You Were Here», Black Sabbath continuaba su dominio del metal con «Sabotage» y una joven Patti Smith irrumpía en la escena con «Horses».

Estaban en una situación de «vida o muerte» y sacaron uno de los mejores álbumes de la historia: 50 años de «A Night at the Opera» de Queen, un antes y después en el rock
Estaban en una situación de «vida o muerte» y sacaron uno de los mejores álbumes de la historia: 50 años de «A Night at the Opera» de Queen, un antes y después en el rock

En ese torbellino de titanes, Queen era, paradójicamente, una fuerza con potencial que se desvanecía en la oscuridad financiera. Pese a haber sacado tres álbumes ambiciosos, con el metal operístico de Queen II y la elegancia de Sheer Heart Attack (disco que introdujo el proto-thrash con «Stone Cold Crazy»), la banda no veía una moneda. Estaban al borde del colapso.

Roger Taylor y Freddie Mercury durante un show de Queen. Foto: Anwar Hussein

La situación era dramática. Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon se encontraban, como declararía May años después, en una coyuntura de «vida o muerte». Habían roto violentamente con su mánager y sello anterior, Trident Studios, que los había dejado, esencialmente, en bancarrota técnica. Necesitaban un golpe de timón, una obra maestra que no solo los reafirmara como líderes del rock progresivo más teatral, sino que les garantizara la supervivencia. La ambición creativa debía ser su tabla de salvación.

Así nació «A Night at the Opera», un título prestado de la película de los Hermanos Marx que servía como metáfora perfecta para el caos organizado y la teatralidad barroca que se avecinaba. Se convirtió en el álbum más caro jamás grabado hasta la fecha, una apuesta de 40.000 libras esterlinas que, de haber fracasado, habría disuelto a Queen en el acto.

Pero en lugar de ser paralizados por el miedo, los cuatro músicos canalizaron la rabia, la desesperación y el genio sin límites para construir una obra maestra que, 50 años después, sigue siendo piedra fundacional del rock moderno.

La carta de odio y el ruido de un Alfa Romeo: grabando la desesperación

El proceso de grabación fue tan complejo como el resultado final. Para dar vida a este monstruo de múltiples capas, Queen tuvo que dispersar su trabajo en siete estudios diferentes a lo largo de Inglaterra y Gales. Era la única manera de orquestar la compleja visión que cada miembro había aportado, creando un mosaico de géneros que iban desde la balada de cabaret hasta el heavy metal puro, sin olvidar la astrofísica y la ópera.

La banda, con gran orgullo, insistió en la famosa nota de la carátula: «¡Sin sintetizadores!», logrando los complejos arreglos orquestales a través de capas y capas de las guitarras de May y las sobregrabaciones vocales de Mercury y Taylor.

Desde su lanzamiento en 1975, «A Night At the Opera» ha sido aclamado como el mejor álbum de Queen y uno de los mejores de todos los tiempos. Foto (izquierda): Koh Hasebe

La tensión se palpaba en el ambiente, y esta se convirtió en la materia prima de la primera canción del álbum: «Death on Two Legs». Este brutal corte de piano, que estalla en hard rock, era la «carta de odio» visceral de Freddie Mercury dirigida a su exmánager, Norman Sheffield.

La letra era tan venenosa que Sheffield, al escucharla, demandó a la banda por difamación: «You suck my blood like a leech / You break the law and you breach / Screw my brain till it hurts / You’ve taken all my money, and you want more / Misguided old mule / With your pigheaded rules / With your narrow – minded cronies who are fools of the first division»

Queen durante un recital en 1975. Foto: BBC

Por otro lado, la complejidad sonora tenía sus peculiaridades: John Deacon, el bajista, tuvo que aprender a tocar el piano eléctrico Wurlitzer específicamente para su dulce balada, «You’re My Best Friend», mientras que Roger Taylor insistió en encerrarse en un armario hasta que Mercury aceptó que su canción, «I’m in Love with My Car», fuera la cara B de «Bohemian Rhapsody», cuyo rugido final del motor es la grabación real de su propio Alfa Romeo.

«’39» y los dedales: cuando el rock se encuentra con la relatividad

Más allá de los clásicos evidentes, «A Night at the Opera» es un testamento a la excentricidad controlada de cada miembro de la banda. El bajista John Deacon, a quien se le atribuye la canción más pop, también se lanzó a tocar el contrabajo en la épica folk «’39» de Brian May. May, un astrofísico en ciernes, utilizó la canción para explorar el concepto real de la dilatación del tiempo de Einstein, narrando la historia de exploradores espaciales que regresan a la Tierra para descubrir que, debido a la velocidad de su viaje, un siglo entero ha transcurrido.

La experimentación no se detenía. La pieza vaudeville «Seaside Rendezvous» es un ejemplo supremo de la ambición técnica del álbum. La sección instrumental de «viento metal» y «madera» fue recreada únicamente por las voces de Freddie Mercury y Roger Taylor superpuestas, y el sonido de tap dance se logró con Roger Taylor usando dedales en la mesa de mezclas. No era solo música; era ingeniería de sonido de vanguardia envuelta en teatralidad.

«Bohemian Rhapsody», el himno imposible: 180 pistas y la cinta transparente

Ninguna historia del álbum puede ser bien contada sin su pièce de résistance: «Bohemian Rhapsody». La visión de Mercury era tan épica que la canción se convirtió en un proceso de obsesión de siete días. La sección operística, con sus coros de «Galileos» y «Fígaros», requirió alrededor de 180 sobregrabaciones vocales en una época donde el estándar era la cinta analógica de 16 pistas. El resultado de este esfuerzo técnico fue que la cinta de grabación original fue pasada tantas veces por los cabezales que la capa de óxido comenzó a desgastarse, volviéndose, según los ingenieros, prácticamente transparente.

Cuando la discográfica y su mánager, John Reid, presentaron la canción a figuras como Elton John, la reacción fue de incredulidad. John la catalogó como «absolutamente ridícula» y hasta pensó que, una pieza de seis minutos, sin un coro claro y con secciones de ópera, sería un fracaso y no llegaría a la radio. Pero el DJ Kenny Everett, desobedeciendo las instrucciones, pinchó la canción «accidentalmente» 14 veces en un solo fin de semana en Capital Radio. El éxito fue inmediato e imparable.

La sección compleja y «operística» de «Bohemian Rhapsody», el «magnum opus» de Queen, incluyó alrededor de 180 sobregrabaciones vocales separadas realizadas por Mercury, May y Taylor.

«A Night at the Opera» no fue solo un álbum que definió la carrera de Queen; fue el acto de audacia que salvó a la banda. Su éxito arrollador, impulsado por el single más excéntrico de la historia, saldó las deudas, dio a la banda control total sobre su destino y la elevó al estatus de la realeza del rock. El disco es, sin duda, un testimonio intemporal de que, a veces, la mayor creatividad nace cuando se está al borde del abismo.

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